jueves, 28 de marzo de 2013

MISA CRISMAL CELEBRADA POR EL PAPA FRANCISCO


Salir a las periferias donde hay sufrimiento, a experimentar nuestra Unción, su poder y su eficacia redentora, invita Francisco

Queridos hermanos y hermanas
Celebro con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Saludo a todos con afecto, especialmente a ustedes, queridos sacerdotes, que hoy recuerdan, como yo, el día de la ordenación.

Las Lecturas nos hablan de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella de este «ser para» del santo crisma es la del Salmo: «Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento» (Sal 133,2). La imagen del óleo que se derrama, que desciende por la barba de Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado mediante las vestiduras.

La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex 28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires. 

De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos a fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.

Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...». «Bendígame» y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en petición. Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Los mismos discípulos – futuros sacerdotes – todavía no son capaces de ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.

Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.

El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque nuestra gente nos roba la unción, gracias a Dios – se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja», pastores en medio de su rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.

Queridos fieles, acompañen a sus sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios. 

Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido. Amén.

Radio Vaticana

miércoles, 27 de marzo de 2013

Primera audiencia general del Papa Francisco


Tomado de Radio Vaticana

Vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús implica salir de sí mismos, alienta Francisco



Texto completo de la catequesis del Papa:

¡Hermanos y hermanas, buenos días!

Me alegra darles la bienvenida a mi primera Audiencia general. Con profunda gratitud y veneración tomo el "testigo" de las manos de mi amado predecesor Benedicto XVI. Después de Pascua vamos a reanudar las catequesis del Año de la fe. Hoy quisiera detenerme sobre la Semana Santa. Con el Domingo de Ramos comenzamos esta Semana - centro de todo el Año Litúrgico- en la que acompañamos a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.

Pero ¿qué puede significar para nosotros vivir la Semana Santa? ¿Qué significa seguir a Jesús en su camino del Calvario hacia la Cruz y la Resurrección?

En su misión terrenal, Jesús recorrió las calles de Tierra Santa; llamó a doce personas simples para que permanecieran con Él, compartieran su camino y continuaran su misión; las eligió entre el pueblo lleno de fe en las promesas de Dios. Habló a todos, sin distinción, a los grandes y a los humildes, al joven rico y a la pobre viuda, a los poderosos y a los débiles; trajo la misericordia y el perdón de Dios; curó, consoló, comprendió; dio esperanza; llevó a todos la presencia de Dios que se interesa de cada hombre y mujer, como hace un buen padre y una buena madre con cada uno de sus hijos. Dios no esperó a que fuéramos a Él, sino que es Él que se mueve hacia nosotros, sin cálculos, sin medidas. Dios es así: Él da siempre el primer paso, Él se mueve hacia nosotros.

Jesús vivió las realidades cotidianas de la gente más común: se conmovió delante de la multitud que parecía un rebaño sin pastor; lloró ante el sufrimiento de Marta y María por la muerte de su hermano Lázaro; llamó a un publicano como su discípulo; sufrió también la traición de un amigo. En Él, Dios nos ha dado la certeza de que Él está con nosotros, en medio de nosotros. «Los zorros - ha dicho Jesús - tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». (Mt 8:20). Jesús no tiene hogar, porque su casa es la gente, somos nosotros, su misión es abrir a todos las puertas de Dios, ser la presencia amorosa de Dios.

En la Semana Santa nosotros vivimos el culmen de este camino, de este plan de amor que recorre a través de toda la historia de la relación entre Dios y la humanidad. Jesús entra en Jerusalén para cumplir el paso final, en el que resume toda su existencia: se entrega totalmente, no se queda con nada para sí mismo, ni siquiera con su vida. En la Última Cena, con sus amigos, comparte el pan y distribuye el cáliz "para nosotros". El Hijo de Dios se ofrece a nosotros, ofrece en nuestras manos su Cuerpo y su Sangre para estar siempre con nosotros, para habitar entre nosotros.

Y en el Huerto de los Olivos, al igual que en el juicio ante Pilato, no opone resistencia, se da; es el Siervo sufriente ya anunciado por Isaías, que se despoja de sí mismo hasta la muerte (cf. Is 53:12).

Jesús no vive este amor que lleva al sacrificio de manera pasiva o como un destino fatal; desde luego no oculta su profunda perturbación humana frente a la muerte violenta, pero se entrega plenamente a la confianza del Padre. Jesús se entregó voluntariamente a la muerte para corresponder al amor de Dios Padre, en perfecta unión con su voluntad, para demostrar su amor por nosotros. En la cruz, Jesús "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2:20). Cada uno de nosotros puede decir: me amó y se entregó a sí mismo por mí. Cada uno puede decir este “por mí”.

¿Qué significa todo esto para nosotros? Significa que éste es también mi camino, el tuyo, nuestro camino. Vivir la Semana Santa, siguiendo a Jesús, no sólo con la conmoción del corazón; vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús quiere decir aprender a salir de nosotros mismos - como dije el domingo pasado - para salir al encuentro de los demás, para ir hasta las periferias de la existencia, ser nosotros los primeros en movernos hacia nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que están más alejados, los olvidados, los que están más necesitados de comprensión, de consuelo y de ayuda. ¡Hay tanta necesidad de llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y lleno de amor!

Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida. Es entrar en la lógica del Evangelio. Seguir, acompañar a Cristo. Permanecer con Él requiere una "salir", salir. Salir de sí mismos, de un modo de vivir la fe cansino y rutinario, de la tentación de ensimismarse en los propios esquemas que terminan por cerrar el horizonte de la acción creadora de Dios. Dios salió de sí mismo para venir en medio de nosotros, colocó su tienda entre nosotros para traer su misericordia que salva y da esperanza. También nosotros, si queremos seguirlo y permanecer con Él, no debemos contentarnos con permanecer en el recinto de las noventa y nueve ovejas, debemos "salir”, buscar con Él a la oveja perdida, a la más lejana. Recuerden bien: salir de nosotros, como Jesús, como Dios salió de sí mismo en Jesús y Jesús salió de sí mismo para todos nosotros.

Alguien podría decirme: “Pero Padre no tengo tiempo", "tengo muchas cosas que hacer", "es difícil", "¿qué puedo hacer yo con mi poca fuerza, también con mi pecado, con tantas cosas?". A menudo nos conformamos con algunas oraciones, con una misa dominical distraída e inconstante, con algún gesto de caridad, pero no tenemos esta valentía de "salir" para llevar a Cristo. Somos un poco "como San Pedro. Tan pronto como Jesús habla de la pasión, muerte y resurrección, de darse a sí mismo, de amor a los demás, el Apóstol lo lleva aparte y lo reprende. Lo que Jesús dice altera sus planes, le parece inaceptable, pone en dificultad las seguridades que él se había construido, su idea del Mesías. Y Jesús mira a los discípulos y dirige a Pedro quizá una de las palabras más duras del Evangelio: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». (Mc 8:33). Dios piensa siempre con misericordia: no olviden esto. Dios piensa siempre con misericordia: ¡es el Padre misericordioso! Dios piensa como el padre que espera el regreso de su hijo y va a su encuentro, lo ve venir cuando todavía está muy lejos... ¿Esto que significa? Que todos los días iba a ver si el hijo volvía a casa: éste es nuestro Padre misericordioso. Es la señal que lo esperaba de corazón en la terraza de su casa. Dios piensa como el samaritano que no pasa cerca del desventurado compadeciéndose o mirando hacia otra parte, sino socorriéndolo sin pedir nada a cambio; sin preguntar si era judío, si era pagano, si era samaritano, si era rico, si era pobre: no pide nada. No pide estas cosas, no pide nada. Va en su ayuda: así es Dios. Dios piensa como el pastor que da su vida para defender y salvar a las ovejas.

La Semana Santa es un tiempo de gracia que el Señor nos da para abrir las puertas de nuestros corazones, de nuestra vida, de nuestras parroquias,
- ¡qué pena tantas parroquias cerradas! - de los movimientos, de las asociaciones, y "salir" al encuentro de los demás, acercarnos nosotros para llevar la luz y la alegría de nuestra fe ¡Salir siempre! Y hacer esto con amor y con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que ponemos nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero que es Dios quien los guía y hace fecundas todas nuestras acciones.

Les deseo a todos que vivan bien estos días siguiendo al Señor con valentía, llevando en nosotros mismos un rayo de su amor a todos los que encontremos.

(Traducción de Eduardo Rubió y Cecilia de Malak)

sábado, 23 de marzo de 2013

Conociendo al Papa Francisco


Primera semana de pontificado

(RV).- En menos de una semana hemos aprendido a conocer un poquito a Francisco. 5 días que han abierto un pontificado bajo el signo de la humildad, la fraternidad y la opción por los pobres. Veamos este camino hasta hoy. 

Miércoles, 13 de marzo…¡Habemus Papam! El mundo, pasadas las 8 de la tarde, conoce a Francisco que se asoma al balcón central de la Basílica de san Pedro. Impresiona el origen, el nombre elegido, el estilo con el que se presenta, la manera de hablar, los gestos.
“Y ahora comenzamos este camino… de fraternidad, amor y confianza entre nosotros…“Hagamos en silencio esta oración de ustedes por mí…” 

Jueves, 14 de marzo, por la mañana a las 8, el Papa va a la basílica de Santa María la Mayor, casi de incógnito para rendir homenaje a la Virgen. Le trae un pequeño ramo de flores. De regreso al Vaticano pasa por la Casa del Clero, donde se alojó los días antes del Cónclave, para recoger su equipaje, saludar al personal y pagar la cuenta.
A las 5 de la tarde en la Capilla Sixtina, Francisco preside la misa de conclusión del Cónclave. “Caminar, edificar, construir, confesar. Pero no es tan fácil, porque cuando se camina, se construye, se confiesa, a veces hay sacudidas que nos hacen retroceder". El Papa Francisco recuerda que la Iglesia "no debe olvidar su misión fundamental de proclamar el mensaje de Jesucristo", porque si no se arriesga a ser reducida a "una ONG compasiva".

Viernes, 15 de marzo por la mañana a las once el Papa se reúne con los cardenales en la Sixtina: “No cedamos nunca al pesimismo, a aquella amargura que el diablo nos ofrece todos los días: no caigamos en el desánimo. El Papa dice a sus hermanos los cardenales: demos como ancianos nuestra sabiduría a los jóvenes. “Demos a los jóvenes el conocimiento de la vida”. 

Sábado, 16 de marzo, por la mañana en el Aula Pablo VI, el Papa encuentra a la prensa internacional y cuenta por qué se puso el nombre de Francisco. 
“¡No te olvides de los pobres!” (le dice el cardenal Claudio Hummes). “Inmediatamente después, con relación a los pobres, pensé en Francisco de Asís. Después pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía, hasta alcanzar todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. Y así, vino el nombre a mi corazón: Francisco de Asís. El hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la Creación. En un momento en que nosotros no tenemos con la Creación una relación tan buena … ¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!” 

Domingo, 17 de marzo, por la mañana Francisco celebra la misa en su parroquia del Vaticano. “El mensaje más fuerte de Jesús es la Misericordia”, dice. Luego saliendo a la calle, rompe el protocolo y se acerca a la gente personalmente y besa a los niños. A mediodía primer Ángelus ante un mar de gente. Desde la ventana el Papa dice: “Dios jamás se cansa de perdonar a los hombres… tiene mucha paciencia con los hombres…son los hombres los que se cansan de pedir perdón a Dios”. 


(ER – RV)   Radio Vaticana

martes, 19 de marzo de 2013

El Papa Francisco en Twiter


Dos Tweet del Papa Francisco



(RV).- El Papa Francisco publicó hoy dos Tweet en nueve idiomas (italiano, inglés, francés, alemán, portugués, árabe, polaco, latín y español).

En el primero ha escrito “Acojamos a Cristo en nuestra vida, ocupémonos unos de otros, respetemos la creación con amor”.

Y en el segundo: “El verdadero poder es el servicio. El Papa ha de servir a todos, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños”.

(MFB – RV).

Inicio del Ministerio del Papa Francisco






Custodiar requiere bondad, pide ser vivido con ternura




Queridos hermanos y hermanas

Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.

Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.

Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).

¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aún cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús

¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.

Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.

Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.

Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.

Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.

En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.

Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.

Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Orad por mí. Amen.



Tomado de la pagina Web de Radio Vaticana

viernes, 15 de marzo de 2013

"Lo miró con misericordia y lo eligió"


Miserando atque eligendo



Escudo y lema episcopal del Papa Francisco


“MISERANDO ATQUE ELIGENDO”

Jesús vio a un hombre, llamado Mateo, sentado ante la mesa de cobro de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales. Jesús vio al publicano, y lo vio con misericordia y eligiéndolo, (miserando atque eligendo), y le dijo Sígueme, "Sígueme", que quiere decir: "Imítame". Le dijo "Sígueme", más que con sus pasos, con su modo de obrar. Porque, quien dice que está siempre en Cristo debe andar de continuo como él y anduvo.

San Beda el Venerable, presbítero; Homilía 21

El lema episcopal de Jorge Mario Bergoglio es la frase latina del Evangelio de Mateo "Miserando atque eligendo", que describe la postura de Jesús hacia el publicano (considerado un público pecador) que "lo miró con misericordia y lo eligió".
(ER - RV)

Primera homilía del Papa Francisco


Caminar, edificar, confesar, primera homilía del Papa



(RV).- (Con audio) El Papa Francisco presidió esta tarde la celebración de la Santa Misa por la Iglesia con los cardenales en la Capilla Sixtina.

En su homilía el Papa Francisco, comentando las lecturas de esta misa invitó a caminar siempre ante la presencia del Señor. Y dijo “Caminar siempre ante la presencia del Señor y a la luz del Señor, tratando de vivir con ese carácter irreprensible que Dios pide a Abraham en su promesa”.

Y prosiguió: “Edificar. Edificar la Iglesia, Se habla de piedras: las piedras tienen consistencia; pero las piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la esposa de Cristo, sobre esa piedra angular que es el mismo Señor, y con otro movimiento de nuestra vida, edificar”.

En tercer lugar el Papa dijo: “Nosotros podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar tantas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, la cosa no funciona. Nos convertiríamos en una ONG piadosa, pero no en la Iglesia, esposa del Señor. Cuando no se camina, nos detenemos”.

Y concluyó con este deseo: “Yo deseo a todos nosotros que el Espíritu Santo, y la oración de la Virgen, nuestra Madre, nos conceda esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo crucificado. Así sea”.

Texto completo de la homilía del Papa Francisco
En estas tres Lecturas veo algo en común: el movimiento. En la Primera Lectura el movimiento es el camino; en la segunda Lectura, el movimiento está en la edificación de la Iglesia; en la tercera, en el Evangelio, el movimiento está en la confesión. Caminar, edificar, confesar.

Caminar. Casa de Jacob: “Vengan, caminemos en la luz del Señor”. Esta es la primera cosa que Dios dijo a Abraham : “Camina en mi presencia y sé irreprensible”. Caminar: nuestra vida es un camino. Cuando nos detenemos, la cosa no funciona. Caminar siempre, en presencia al Señor, a la luz del Señor, tratando de vivir con aquel carácter irreprensible que Dios pide a Abraham, en su promesa.

Edificar. Edificar la Iglesia, se habla de piedras: las piedras tienen consistencia; las piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la esposa de Cristo, sobre aquella piedra angular que es el mismo Señor, y con otro movimiento de nuestra vida, edificar.

Tercero, confesar. Podemos caminar todo lo que queramos, podemos edificar tantas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, la cosa no funciona. Nos convertiríamos en una ONG (Organización No Gubernamental) de piedad, pero no en la Iglesia, esposa del Señor. Cuando no caminamos, nos detenemos. Cuando no se construye sobre la piedra ¿qué cosa sucede? Pasa aquello que sucede a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena, todo se desmorona, no tiene consistencia. Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene la frase de León Bloy “Quien no reza al Señor, reza al diablo”. Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio.

Caminar, edificar-construir, confesar. Pero la cosa no es así de fácil, porque en el caminar, en el construir, en el confesar a veces hay sacudidas, hay movimiento que no es justamente del camino: es movimiento que nos echa para atrás.

Este Evangelio continúa con una situación especial. El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: “Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo. Yo te sigo, pero no hablemos de Cruz. Esto no cuenta”. “Te sigo con otras posibilidades, pero sin la Cruz”. Cuando caminamos sin la Cruz, cuando edificamos sin la Cruz y cuando confesamos un Cristo sin Cruz, no somos Discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor.

Quisiera que todos, luego de estos días de gracia, tengamos el coraje - precisamente el coraje - de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, que ha sido derramada sobre la Cruz; y de confesar la única gloria, Cristo Crucificado. Y así la Iglesia irá adelante.
Deseo que el Espíritu Santo, la oración de la Virgen, nuestra Madre, conceda a todos nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar Jesucristo. Así sea.


(RC y MFB - RV).

Papa Francisco


         

"Habemus Papam": Francisco



(RV).- El Cardenal Jorge Mario Bergoglio, es el nuevo Papa.

A las 19.06 del miércoles 13 de marzo, la chimenea de la Capilla Sixtina exhaló el esperado humo blanco anunciando que el nuevo Sucesor de Pedro ha sido elegido por los cardenales.

A las 20.12 el cardenal protodiacono Jean Louis Tauran apareció en la ventana del aula de las bendiciones del santuario de san Pedro, frente a la multitud aglomerada de peregrinos que esperaban desde temprano, con ansia de conocer y abrazar al nuevo Papa. Con la célebre formula “Habemus Papam” Tauran anunció que el Cardenal Jorge Mario Bergoglio es el nuevo Papa, Obispo de Roma, y que ha elegido para su pontificado el nombre de Francisco.

Estas fueron las palabras del cardenal Tauran:

Annuntio vobis gaudium magnum;
habemus Papam:
Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum,
Dominum Georgium Marium
Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio
qui sibi nomen imposuit Franciscum.

Os anuncio con gran alegría:
Tenemos Papa,
El eminentísimo y reverendísimo Señor,
Señor Jorge Mario
Cardenal, de la Santa Iglesia Romana, Bergoglio
Que ha tomado el nombre de Francisco.


La multitud de peregrinos se alzó en ovación unánime, recibiendo al nuevo Obispo de Roma, Pastor universal, principio y fundamento de la unidad de la familia católica.



FRANCISCO
El Cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ Arzobispo de Buenos Aires (Argentina) nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936.
Ordinario para los fieles de rito oriental residentes en Argentina y desprovistos de Ordinarios del propio rito.
Estudia y se recibe como técnico químico, pero luego elige el sacerdocio y entra en el seminario de Villa Devoto. El 11 de marzo de 1958 pasa al noviciado de la Compañía de Jesús, cumpliendo estudios humanísitcos en Chile y en el 1963, de regreso a Buenos Aires, se recibe en la Facultad de Filosofía del Colegio Máximo "San José" de San Miguel.

Entre el 1964 y el 1965 fue profesor de Literatura y de Psicología en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe, y en el 1966 enseñó las mismas materias en el Colegio del Salvador de Buenos Aires.

Desde el 1967 al 1970 estudió teología en la Facultad de Teología del Colegio Máximo San José, de San Miguel, donde se recibe.

El 13 de diciembre de 1969 se ordena sacerdote.

Fue maestro de novicios en Villa Barilari, San Miguel (1972-1973), profesor en la Facultad de Teología, Consultor de la Provincia y Rector del colegio máximo. El 31 de julio de 1973 fue elegido Provincial de la Argentina, encargo que ejerció por seis años.

Entre el 1980 y el 1986, fue rector del colegio máximo y de las Facultades de Filosofía y Teología de la misma Casa, y párroco de la parroquia del Patriarca San José, en la Diócesis de San Miguel.

En marzo de 1986 se dirige a Alemania para finalizar su tesis doctoral; entonces los superiores lo destinan al Colegio del Salvador, de donde pasa luego a la iglesia de la Compañía en la ciudad de Córdoba como director espiritual y confesor.

El 20 de mayo de 1992, Juan Pablo II lo nombra Obispo titular de Auca y Auxiliar de Buenos Aires. El 27 de junio del mismo año recibe en la Catedral de Buenos Aires la ordenación episcopal de manos del Cardenal Antonio Quarracino, del Nuncio Apostólico Monseñor Ubaldo Calabresi y del Obispo de Mercedes-Luján, Monseñor Emilio Ogñénovich.

El 3 de junio de 1997 es nombrado Arzobispo Coadjuntor de Buenos Aires y el 28 de febrero de 1998 Arzobispo de Buenos Aires por sucesión, a la muerte del Cardenal Quarracino.

Es autor de los libros: "Meditaciones para religiosos" de 1982, "Reflexiones sobre la vida apostólica" de 1986 y de "Reflexiones de esperanza" de 1992.

Es Ordinario para los fieles de rito oriental residentes en Argentina que no pueden contar con un Ordinario de su rito. Gran Canciller de la Universidad Católica Argentina.

Relator General adjunto en la 10ma. Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (octubre de 2011).

Desde noviembre de 2005 hasta noviembre de 2011 ha sido Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.

Fue creado Cardenal por el Beato Juan Pablo II en el Consistorio del 21 de febrero de 2001, del Título de San Roberto Bellarmino.

Es miembro:

De las Congregaciones para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; para el Clero; para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica. Del Pontificio Consejo para la familia, y de la Pontificia Comisión para América Latina.